Cómo ser salvo?

SEÑALES EN EL CAMINO
DE SALVACIÓN

3ª. Señal
Humildad verdadera

1.      ¿Qué es la humildad?

La humildad es la mejor garantía de la gracia.  Eso significa que para mantenernos en gracia debemos practicar la humildad, debemos ser humildes.

Además la humildad es la base de todas las demás virtudes, porque ella remueve los obstáculos  que impiden que entre la gracia.

Entonces, cuanto más quiera crecerse en santidad, más profundos tienen que ser los cimientos de humildad.  Y si no hay suficiente humildad, “poco hace crecer el Señor el edificio de la santidad, porque no se caiga todo al suelo”. (cf. Moradas séptimas 4, 8, Santa Teresa de Jesús).

Recordemos las virtudes cardinales o virtudes humanas. Son:  Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.

Pero cómo es que la humildad, que es la virtud base de todas las demás, no aparece sino como  una virtud derivada de la templanza.

Pero … ¿qué relación tiene la humildad con la templanza si la templanza es moderación, sobriedad, control, freno?    Es que la humildad consiste en la moderación del aprecio de uno mismo.

“La humildad nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria, principalmente con relación a Dios”. (Teología de la Perfección Cristiana, Antonio Royo Marín, OP)

Entonces, lo que la humildad frena o atempera (templanza) es el desordenado aprecio de uno mismo, lo que podríamos llamar engreimiento, la excesiva estima del propio yo.


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     ¿Cuán importante es la humildad para la salvación?

Anteriormente pudimos apreciar que sin oración no hay salvación.  Pues bien, tampoco entra al cielo quien no sea humilde.

No entra al Cielo nadie que no sea humilde.  Esta es una verdad que no se puede negar.   La humildad es indispensable para la salvación.

“Nadie llega al reino de los Cielos sino por la humildad” (San Agustín).

Si el orgullo pudo transformar instantáneamente a un ángel en demonio, ¿cómo no vamos a empeñarnos con verdadera decisión a ser humildes?  Para ello, necesitamos orar pidiendo humildad y también hay que practicar la humildad.

Pero, a pesar de lo necesaria que es la humildad para la salvación, ¿se le pone la atención debida a la humildad?  Hay que darle la debida prioridad a la búsqueda y práctica de la humildad.

San Juan Crisóstomo dice que “cuando Dios comenzó a presentar sus leyes divinas, comenzó con la humildad”.  Es que sin humildad es imposible comprender los bienes eternos, pero con humildad somos capaces de entender y aceptar todo lo que necesitamos para salvarnos.

Para Fray Cayetano de Bergamo, autor de Humildad de Corazón, la humildad es el tesoro escondido en el campo, que para adquirirlo hay que vender todo lo que poseemos (Mt. 12, 44).  Es la perla preciosa que para obtenerla también hay que vender todo lo que tenemos (Mt. 12, 45).

Siempre se han entendido estas dos parábolas como la venta de cosas muy importantes para adquirir la única cosa importante:  la salvación.


     Y ¿qué es todo lo que tenemos y que hay que vender? ¿qué es lo que tenemos de nosotros mismos y qué tenemos de Dios?

Tenemos cosas que nos vienen de Dios y cosas que tenemos nosotros mismos.  De Dios hemos recibido todo lo que se refiere a bondad.

Y ¿qué cosas tenemos nosotros mismos?  Todo lo que significa imperfección y defecto.  Especialmente tenemos todo lo que nos impide ser humildes de verdad:  engreimiento, deseo de poder, vanidad (querer quedar bien, querer ser apreciado, reconocido, estimado, aprobado, consultado, alabado), preferido, defensa de  los propios criterios (que no suelen provenir de la oración, sino de los razonamientos estériles), defensa de los propios intereses, creerse indispensable, querer aparecer, defensa de la propia imagen, temor a perder la fama,  temor a la crítica y aún a la corrección,  etc. etc. etc., que son todas formas de orgullo. 

Fray Cayetano compara la falta de humildad con la apropiación indebida –léase:  robo!

Y es que podemos decir que hemos sido ladrones y mentirosos en algunas ocasiones, si es que no lo somos de manera permanente.  Porque ¿qué persona no ha creído alguna o muchas veces que es una gran cosa, o no se ha entretenido en pensar que logró algo por sus propios esfuerzos?

¿No es una mentira el creerse algo más que nada?  Si mi medida ante Dios que es Todo es que yo soy nada ¿no es orgullo creerse algo más que NADA?

Cuando en vez de dar gloria a Dios por cada cosa que nos parece que hacemos o por alguna cualidad que parece que poseemos, ¿no podríamos decir que estamos siendo “ladrones”?  Si estamos robando a Dios la gloria que es suya ¿cómo definimos eso?  ¿O es que no es robo atribuirnos y/o apropiarnos de lo que le pertenece a Dios y viene de El?  El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.  (1 Cor 1, 31)

Nada somos y nada tenemos fuera de Dios:  sólo el pecado es propio de los seres humanos.  Todo lo demás, empezando por la vida física y terminando con la vida del espíritu, todo nos viene de Dios.

La humildad se basa en la verdad y en la justicia.

La verdad nos da el conocimiento de que por nosotros mismos no tenemos nada que no hayamos recibido de Dios.

Y la justicia nos exige darle a Dios todo el honor y la gloria que le pertenece:  nada de robarle lo que pertenece sólo a El.

La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar, no al bello paisaje que contemplamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó” (Teología de la Perfección Cristiana, Antonio Royo Marín).

 

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