¿Por qué los católicos
rezan a los santos?

Contrario a lo que creen, predican y discuten los cristianos no-católicos, la Biblia sí nos invita a solicitar en la oración la intercesión de los santos.

Desde el Antiguo Testamento vemos sugerencias en este sentido:

"Bendigan al Señor todos sus Angeles, héroes poderosos que ejecutan sus órdenes apenas oyen el sonido de su palabra. Bendigan al Señor todos sus ejércitos, servidores que hacen su voluntad ... Bendice alma mía al Señor” (Sal. 103, 20-21).

“Alaben al Señor desde los cielos, alábenlo en las alturas, alábenlo todos sus Angeles, alábenlo todos sus ejércitos” (Sal. 148, 1-2).

Cuando San Rafael Arcángel descubre su verdadera identidad a Tobías y Sara, le hace saber esto: “Cuando tú y Sara rezaban, yo presentaba tus oraciones al Señor” (Tob. 12, 12).

Tanto los Angeles, como los Santos, son intercesores activos ante Dios por nosotros los seres humanos.

San Juan en el Apocalipsis expresamente nos hace saber que esto es así, cuando nos describe a los Santos ofreciendo nuestras oraciones a Dios. Los describe como “los veinticuatro ancianos” (los guías del pueblo de Dios en el Cielo) “que tenían en sus manos arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos” (Ap. 5, 8).

Así que los Santos, aquellos seres humanos que nos han precedido en la gloria eterna, interceden por nosotros ante Dios de manera activa y continua, como también lo hacen los Angeles de Dios.

Interceder significa que oran por nosotros personas que están en la tierra y muy especialmente los que están en el Cielo, Angeles y Santos. Pero también oran con nosotros. Y no es invento o imaginación de los católicos.

He aquí lo que nos revela San Juan en el Apocalipsis:

“Entonces vino otro Angel y se paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Le dieron muchos perfumes para que los ofreciera con las oraciones de todos los santos ... y la nube de perfumes, junto con las oraciones de los santos, se elevó de las manos del Angel hasta la presencia de Dios” (Ap. 8, 3-4).

Jesús mismo nos hace saber que nuestros Angeles de la Guarda interceden directamente ante el Padre por nosotros: “Sus Angeles en el Cielo contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en los Cielos” (Mt. 18, 10).

Ahora bien, es cierto que San Pablo dice: “Unico es Dios, único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, verdadero hombre” (1 Tim. 2, 5).

Pero esto no significa que no podemos o no debemos pedir a otros cristianos que oren por nosotros.

De hecho el mismo San Pablo recomienda que se hagan “peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres”, recalcando que “estas oraciones son buenas y Dios nuestro Salvador las escuchará” (1 Tim. 2, 1-3). ¿Qué es esto sino intercesión y mediación de unos por los otros?

Muy especialmente debemos solicitar la intercesión de los cristianos que ya están en el Cielo, aquéllos que han sido ya santificados plenamente, porque -según nos dice Santiago en su Carta- “la súplica del justo tiene mucho poder” (St. 5, 16).

Adicionalmente, la enseñanza de los Padres de la Iglesia no sólo testimonia su claro reconocimiento a la enseñanza bíblica de que los que están en el Cielo pueden y de hecho interceden por nosotros, sino que aplicaban esta enseñanza a su propia vida de oración:

“Que a través de sus oraciones y súplicas, Dios recibiera nuestra petición” (San Cirilo de Jerusalén, 350 AD).

“Vosotros santos interceded por nosotros que somos hombres tímidos y pecadores, llenos de pereza, para que la gracia de Cristo pueda venir sobre nosotros, e iluminad nuestros corazones para que podamos amarle” (San Efrén, 370 AD).

“Por la orden de tu Hijo unigénito nos comunicamos con la memoria de tus Santos ... por cuyas oraciones y súplicas tened misericordia de nosotros” (de la Liturgia de San Basilio, 373 AD).
“Sí, estoy seguro que la intercesión de (Cipriano) es de más utilidad ahora que su instrucción en días pasados, ya que está más cerca de Dios, ahora que se ha librado de sus ataduras corporales” (San Gregorio de Nacianceno, 380 AD).

“(Efrén), tú que están ante el altar divino (en el Cielo), recuérdate de nosotros, pidiendo por la remisión de nuestros pecados y la fruición del reino eterno” (San Gregorio de Nisa, 380 AD).

“Aquél que tiene la diadema, suplica al fabricador de tiendas (Pablo) y al pescador (Pedro) como patrones, aunque están muertos” (San Juan Crisóstomo, 392 AD).

“Si los Apóstoles y los Mártires mientras estén en cuerpo pueden orar por otros, en un tiempo cuando tenían que estar pendientes de ellos mismos, cuánto más lo harán después de coronas, victorias y triunfos” (San Jerónimo, 406 AD).

“Celebramos ... la memoria de los Mártires, tanto para estimular el que sean imitados, como para participar de sus méritos y ser auxiliados por sus oraciones” (San Agustín, 400 AD)

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