EffetÄ

Effetá significa ábrete.  Fue lo que dijo Jesús a un sordo tartamudo para curarlo (cf. Mc. 7, 31-37).

El curado por Jesús tenía sordera física.  ¿Y nosotros?  También podemos tener sordera… sordera espiritual.  El Bautismo nos ha liberado de esa sordera y de muchas otras cosas que nos impiden escuchar la voz de Dios y seguirlo a El.

El Demonio, que no ceja en tratar de llevarnos a su bando, para que al final quedemos condenados, puede poner nuevas sorderas y nuevas trabas.

Un ciego no puede ver el mundo físico que lo rodea, pero puede -si está abierto a Dios- ver en su corazón el camino que El le señala.

Un sordo no puede oír a su alrededor, pero puede oír la voz de Dios en su interior.

Cuando San Juan Bautista manda a preguntar a Jesús si era el Mesías esperado, Jesús le manda a responder con esa profecía de Isaías: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído:   los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los leprosos quedan sanos, los muertos resucitan, y la Buena Nueva llega a los pobres” (Mt. 11, 4-5 y Lc. 7, 22-23)

San Juan Bautista entendió lo que Jesús le dijo. Le hace saber que la Buena Nueva ha llegado a los pobres.  Este dato no estaba en la profecía de Isaías.  Entonces… ¿por qué Jesús habla de pobres?  ¿A quiénes se refiere?

La pobreza material –por supuesto- hay que remediarla, mientras que la espiritual hay que promoverla.

Pobreza espiritual es lo contrario a la auto-suficiencia y al orgullo espiritual. Consiste en confiar en Dios plenamente, en saber que dependemos de Dios, en reconocernos incapaces si Dios no nos capacita.

La pobreza material puede ir acompañada o no de la pobreza espiritual.  La pobreza material por sí misma no santifica; la pobreza espiritual, sí.

“¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?”, nos dice el Apóstol Santiago.  Y una de las condiciones para heredar su Reino es la pobreza espiritual.

 

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