¿CÓMO SE ADORA A DIOS?

¡Qué pintoresca y atractiva es la historia de los Reyes que vienen de oriente para “adorar” al Rey de Israel!  Es lo que celebramos en “Epifanía”.  Significa esta palabra griega: “manifestación de Dios”.  En efecto, de manera misteriosa -por medio de una estrella milagrosa- Dios se manifiesta a tres reyes, los cuales llegan a Belén para adorar al Rey de reyes, Jesucristo.

El viaje no fue fácil.  El inicio tampoco.  Debían haber tenido una gran fe y también mucha humildad.  Ellos eran también reyes, pero buscaban a un “Rey” que era mucho más que ellos, dato que –es de suponer- sabrían por revelación divina.  Deben haber sabido que el Reino de este Rey que nacía era mucho más importante y grande que sus respectivos reinos.  De otra manera ¿cómo podrían estarlo buscando con tanto ahínco?  Y lo buscaban, no para un simple saludo o sólo para brindarle presentes, sino -sobre todo- para adorarlo.

El Profeta Isaías (Is. 60, 1-6) ya anunciaba esta inusitada visita y nos da detalles que completan el escenario descrito en el Evangelio: “Te inundará una multitud de camellos y dromedarios procedentes de Madián y de Efá.  Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro, y proclamando las grandezas del Señor”.

Esta visita fastuosa contrasta con la humilde presencia de los pastores, lo cual nos indica que Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos.  Eso sí:  está de nuestra parte la respuesta que cada pueblo o nación -y que cada uno de nosotros- dé a la revelación de Dios.

Y Dios se revela en su Hijo Jesucristo, que se hace Hombre, y nace y vive en nuestro mundo en un momento dado de nuestra historia.  Sí.  Jesucristo es la respuesta de Dios a nuestra búsqueda de El.  Todos los seres humanos de una manera u otra, en un momento u otro, buscamos el camino hacia Dios.  Y ¿cómo nos responde Dios?  Mostrándonos a su Hijo Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida para llegar a El.

Los Reyes supieron buscarlo y lo encontraron.  Respondieron con prontitud, obediencia, humildad y diligencia.  No les importó que fuera Rey de otro país.  No les importó el viaje largo y molesto que les tocó hacer.  No les importó que la estrella se les desapareciera por un tiempo.  No les importó encontrar a ese “Rey de reyes” en el mayor anonimato y en medio de una rigurosa pobreza.  Ellos sabían que ése era el “Rey” que venían a adorar.  Y eso era lo que importaba.

Esta breve historia de la Sagrada Escritura sobre los Reyes de Oriente (Mt. 2, 1-12) nos muestra cómo Dios llama a cada persona de diferentes maneras, sea cual fuere su origen o su raza, su pueblo o su nación, su creencia o convicción.  Él toca nuestros corazones y se nos revela en Jesucristo, Dios Vivo y Verdadero.  Y ante Él no nos queda más que postrarnos y adorarlo.

Como a los Tres Reyes, Dios nos llama, nos inspira para que le busquemos, se revela a nosotros en Jesucristo.  A veces, inclusive, parece esconderse -como se ocultó la estrella.  Y nuestra respuesta no puede ser otra que la de los Reyes:  buscarlo, seguir Su Camino -sin importar dificultades y obstáculos- postrarnos y adorarlo, ofreciéndole también nuestros presentes:  nuestra entrega a Él y nuestra adoración.

 

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