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LA IGLESIA REVOLUCIONÓ
LA ATENCIÓN A LOS NECESITADOS

La Iglesia ha cambiado al mundo
con el ejercicio de la caridad
y ella inventó la forma de hacer caridad
a la que estamos acostumbrados.

Juan Pablo II con lMadre Teresa

Aún los que les gusta criticar a la Iglesia han tenido que reconocer que su labor caritativa ha sido extraordinaria e inigualable.

Practicar la caridad, la ayuda a los demás, hoy parece obvio y normal, pero eso era algo inusitado en el mundo antiguo.  Así que el trato justo y amable entre las personas fue algo verdaderamente original, y comenzó a darse al llegar el cristianismo.

Y es cierto que la Iglesia ha hecho una cantidad inmensa de obras buenas y necesarias, pero más importante aún ha sido el espíritu que ha impulsado esa labor.  Este espíritu es lo que revolucionó la atención a los necesitados.

Como sabemos, la enseñanza de la Iglesia es y ha sido siempre que debemos ayudar a las personas.  Y que debemos dar sin esperar recibir.  La ayuda al prójimo se hace porque Dios nos lo ha pedido y nos lo exige.  Se hace por amor a Dios y por amor al prójimo, no porque se espera que el otro te recompense.

Pero lo que revolucionó aún más y que dejó atónitos a muchos en la antigüedad fue la atención y ayuda que los cristianos daban a los enemigos y adversarios.  ¡Eso era una locura en el mundo antiguo!  Pero es que, siguiendo lo que Cristo nos había pedido, la Iglesia aconseja que debemos ayudar incluso a nuestros enemigos.

Cuando se sucedían las plagas en las ciudades, la actitud de los cristianos dejaba asombrados a los enfermos y a cualquier observador, porque los paganos se alejaban inclusive de sus familiares y amigos, abandonaban a los moribundos en los caminos y ni siquiera les daban sepultura.  En contraste, los cristianos se quedaban cuidando los enfermos y moribundos, propios y extraños, a riesgo de contagiarse y también morir.

Como resultado del buen ejemplo de los cristianos, muchos paganos se interesaron por el cristianismo.

Hubo un oficial del ejército romano del siglo 4, llamado Pacomio, que se impresionó mucho, porque en un momento en que el ejército San Pacomioestuvo atacado por enfermedad y desnutrición, los cristianos vinieron en ayuda de la misma gente que anteriormente los había perseguido.  Eso impactó tanto a Pacomio, que en poco tiempo ya estaba convertido.  Luego se hizo ermitaño, fundó una comunidad de monjes y hoy es San Pacomio.

W.H. Lecky, historiador del siglo 19 enemigo de la Iglesia Católica, escribió que la caridad de la Iglesia no resiste comparación con más ninguna otra institución, ni siquiera con “el estado, que ayudaba más por política que por benevolencia”.

Voltaire fue tal vez el pensador francés más anti-católico del siglo 18.  Pero no salía de su asombro ante el extraordinario sacrificio que hacían las religiosas en los hospitales, para aliviar la miseria humana.  “Los pueblos separados de la religión Romana han podido imitar sólo imperfectamente tan generosa caridad”, escribió.

Martín Lutero tampoco podía digerir la caridad católica, porque la acción caritativa promovida por las enseñanzas suyas parecía desvanecerse.  No conseguía explicación para esto y eso lo atormentó. Terminó admitiendo que la Iglesia Católica hacía que las personas fueran caritativas, sin tener que forzarlas.

¿De dónde le viene ese espíritu de la caridad fraterna a la Iglesia?  De su Fundador, por supuesto, de las enseñanzas de Jesucristo:  “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como Yo los he amado.  En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13, 34-35). “Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores” (Mt 5, 44).

Jesús quiere que amemos a nuestros enemigos, no sólo porque El los ama, sino porque desea que se conviertan en nuestros amigos.  Para evangelizar, no sólo hace falta enseñar, también hace falta ser bondadosos con los que estén en el otro bando.  Estos se preguntarán como Pacomio:  ¿por qué me están haciendo tanto bien?

La labor caritativa de la Iglesia ha sido mucho más importante de lo que aún los católicos nos hemos dado cuenta.  Requeriríamos mucha memoria en las computadoras para registrar exhaustivamente las obras de caridad realizadas a lo largo de la historia del cristianismo por individuos y grupos, parroquias, diócesis, monasterios, sacerdotes, misioneros, frailes, monjas, organizaciones laicales.

Es más, si pensamos bien, fue la Iglesia la que inventó la forma de hacer caridad a que estamos acostumbrados en nuestra civilización occidental.

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