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¿QUIÉN INVENTÓ
LOS DERECHOS HUMANOS?

¿De dónde sale la idea de derechos humanos?  ¿A quién se le ocurre esta idea? 
¿El derecho a la propiedad,
a que mi vida sea preservada?

Logo de la Universidad de Salamanca
Logo de la Universidad de Salamanca

Suele pensarse que el concepto de los derechos humanos brotó de repente en el Iluminismo.  Que los pensadores de esta época en que prevalecía el racionalismo y la ciencia sobre la fe y la revelación, inventaron la idea de derechos humanos por allá en el siglo 17.

¿Será cierto esto?  Las investigaciones actuales nos dicen otra cosa.  Historiadores católicos y no católicos han descubierto que los derechos humanos se originaron en el siglo 12, mucho antes del Iluminismo.

Esto lo informa hasta Wikipedia, la cual al hablar sobre la formación del concepto de los derechos humanos, antes de nombrar a Locke y Voltaire en el siglo 17 y 18, tiene este subtítulo:  “Influencia del Cristianismo”.

Wikipedia refiere que la idea del derecho subjetivo (facultades o potestades jurídicas inherentes a la naturaleza humana), básica para concebir los derechos humanos, fue anticipada en la Edad Media (siglo 13) por Guillermo de Ockham, monje Franciscano inglés.

Fachada de la Universidad de Salamanca
Fachada de la Universidad de Salamanca

Luego pasa a mencionar a los Sacerdotes jesuitas y dominicos de la Escuela de Salamanca, Luis de Molina, Domingo de Soto y Francisco Suárez, quienes en los siglos 16 y 17 definieron el derecho como un poder moral sobre lo propio y enunciaron que existen ciertos derechos naturales, mencionando derechos relativos al cuerpo (derecho a la vida, a la propiedad), así como los relativos al espíritu (derecho a la libertad de pensamiento, a la dignidad).

Y lo que reportan las investigaciones actuales es que, cuando los filósofos iluministas del siglo 17 formularon sus ideas sobre los derechos naturales, se basaban en una tradición muy anterior, que existía entre los pensadores católicos del siglo 12, cuando se comenzó a redactar el Derecho Canónico.

“Derechos” son características que me viene de mi propia naturaleza humana, es decir, de Dios.  Por eso se llaman derechos naturales.  Son inherentes a todo ser humano.  Por lo tanto, no son derechos que concede un gobierno o una ley específica.  Y, además, se aplican a todos los seres humanos.

Un derecho significa que yo tengo cierta inmunidad a que no me quiten algo como mi vida, mi propiedad, etc.

Entonces el derecho a la vida y el de propiedad, así como otros, son derechos que tenemos por el hecho de ser seres humanos.  Esos derechos existen antes de que existieran los gobiernos y ningún gobierno tiene “derecho” a quitármelos.

Hubo un acontecimiento que fue crucial en el desarrollo del concepto de los derechos naturales en Occidente:  el descubrimiento de América.

Esos teólogos y filósofos jesuitas y dominicos comenzaron a pensar también en los derechos de los nativos del Nuevo Mundo, que apenas comenzaban a aparecer en escena.  ¿Tendrán los mismos derechos que los europeos?  Y enseguida se dieron cuenta que sí.  Y en medio de las injusticias que pudieron cometerse en la conquista de América, la voz de la justicia viene de dentro de la Iglesia.

Esto parece obvio para nosotros hoy.  Pero … ¿acaso vemos en otros momentos de la historia que entre personas diferentes, gente extranjera le diga a los otros:  “somos iguales, estamos hechos a imagen de Dios, por eso tenemos todos los mismos derechos naturales?” 

Esta idea igualitaria que la Iglesia trae a la civilización de que todas las personas gozan de derechos naturales por igual hay que reconocer que es algo verdaderamente revolucionario … y muy original.

Original y permanente.  Porque hace unos pocos días, el Secretario para Relaciones Internacionales del Vaticano dijo ante la ONU algo que parece sacado del siglo 12:   “el Estado de derecho requiere un sistema jurídico que esté basado en el derecho natural” (Monseñor Dominique Mamberti ante la ONU el 24-9-2012).

Monseñor Mamberti dice en el siglo 21 exactamente lo que la Iglesia viene diciendo desde el siglo 12.  ¡Qué testimonio de lo bien fundamentadas que están las enseñanzas de la Iglesia y cómo éstas se mantienen a lo largo de la historia!  ¡Claro!  Si en esto también tiene el auxilio del Espíritu Santo, tal como Jesús lo prometió.

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