PAPA

Objeción: La objeción de fondo al desconocer al Papa es tratar de demostrar que la Iglesia Católica no es la que Cristo fundó. Como es imposible no aceptar que los Papas son sucesores directos de San Pedro, el primer Papa, entonces se trata de demostrar que Cristo no edificó su Iglesia sobre Pedro. Intentan demostrar que la Roca sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia no era Pedro, sino El mismo.

Respuesta: Veamos las promesas y palabras de Jesús a Pedro, antes llamado Simón:

  1. Primera Promesa: Aun antes de designarlo “Pedro”, cuando lo vio por primera vez, ya le anunció que sería llamado Piedra: “Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: ‘Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Kefas’, que quiere decir Piedra’” (Jn. 1, 42). En este saludo inicial ya nos damos cuenta de la intención de Jesús con Simón. Ya al verlo por primera vez le anunció en cambio de nombre.

Un cambio de nombre significa en la Biblia un cambio de condición, de función. Por ejemplo, cuando Yahvé le cambió el nombre de Abram (padre fuerte) a Abraham (padre de multitudes o de muchas naciones), le otorgó y, de hecho realizó en él, una nueva función: “No te llamarás más Abram, sino Abraham, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones. Yo te haré crecer sin límites, de ti saldrán naciones y reyes, de generación en generación” (Gn. 17, 5-6). Lo mismo con Simón, al cambiarle el nombre a Pedro, le designa una nueva función.

Objeción sobre Pedro y la roca: Algunos enemigos de la Iglesia aducen que Jesús llamó a Simón “piedra” y no “roca”.

Respuesta: El Evangelio de Mateo fue escrito en arameo, que era el lenguaje común de los judíos de Palestina y el idioma que Jesús y los Apóstoles hablaban. En ese idioma existía una sola palabra “kepha” para indicar una piedra pequeña o una roca o piedra grande.

El griego era el idioma de la cultura y el comercio, del mundo mediterráneo. De allí que la mayoría de los libros del Nuevo Testamento hayan sido escritos en griego, pues eran dirigidos no sólo a los cristianos de Palestina, sino a los cristianos de todas partes: Roma, Alejandría, Antioquía, etc., donde no se hablaba Arameo.

El Evangelio de Mateo fue originalmente escrito en arameo o en hebreo, pero fue traducido al griego -tal vez por el mismo Mateo- muy al principio, y así nos fue legado. Y, al llevarlo al griego, idioma con géneros (femenino-masculino) y números (singular-plural), en vez de traducir kepha a petra (que significa piedra o roca), como petra era un nombre femenino el traductor muy probablemente no quiso asignárselo a un hombre y fue traducido Petros (masculino).

Los que utilizan este absurdo argumento para demostrar que Pedro no es la roca sobre la cual Cristo edificó su Iglesia aducen que petra y petros tiene significados diferentes, pero realmente no es así. En alguna poesía griega antigua existía esa diferenciación, pero ya para el siglo I, significaban ambas palabras piedra o roca, así como en Español piedra puede significar una piedra pequeña o una piedra grande o roca.

 
  1. Segunda Promesa: Posteriormente, en el momento que Pedro reconoció a Jesús como el Mesías, cuando le dijo a Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 16), el Señor lo felicitó y le hizo saber que esa verdad le había sido revelada por el Padre Celestial. Y, enseguida de esta confesión de fe por parte de Pedro, aún llamado Simón, Cristo le dijo solemnemente: “Y ahora Yo te digo: tú eres Pedro, o sea ‘Piedra’, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no la podrán vencer” (Mt. 13, 19). La Iglesia de Cristo, entonces, sería fundada sobre Pedro.

  1. Tercera Promesa: Adicionalmente Cristo le dice a Pedro algo más: “Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos” (Mt. 16, 19-a). En la antigüedad las llaves eran el símbolo de la autoridad. Las llaves de la puerta de una ciudad -simbolismo que aún mantenemos hoy para ceremonias protocolares- significa paso libre y autoridad sobre esa ciudad. Este simbolismo de autoridad en las llaves se usa en otros pasajes de la Biblia (Is. 22, 22; Ap. 1, 18). Pero hay que resaltar que la ciudad cuyas llaves se le dieron a Pedro es nada menos que la ciudad celestial, “el Reino de los Cielos”.

  1. Cuarta Promesa: Continúa el Señor con Pedro: “Todo lo que ates en la tierra será atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los Cielos” (Mt. 16, 19-b). En este momento Pedro estaba siendo distinguido de entre los demás Apóstoles como aquél que tendría autoridad para el perdón de los pecados y para el establecimiento de normas disciplinarias. Sin embargo, posteriormente los demás Apóstoles recibirían también un poder similar (cf. Mt. 18, 18), pero Pedro recibió este poder de manera singular.

  1. Quinta Promesa: Inmediatamente antes del anuncio de las tres negaciones, Jesús le dice a Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos a ustedes como se hace con el trigo, pero Yo he rogado por ti para que tu fe no se venga abajo. Tú, entonces, cuando hayas vuelto (de las negaciones), tendrás que fortalecer a tus hermanos” (Lc. 22, 31-32).

Jesús oró para que Pedro tuviera fe y para que fuera él el guía de los demás. Sabemos que la oración de Jesús es perfectamente eficaz y segurísimamente cumplida.

  1. Sexta Promesa: Luego después de la Resurrección, Pedro tuvo que confesar su amor por el Señor tres veces, como contraparte de sus tres negaciones. Y en ese momento, Jesús, el Buen Pastor (cf. Jn. 10 ,11 y 14) le dice también tres veces: “Apacienta mis corderos ... Cuida mis ovejas ... Apacienta mis ovejas” (Jn. 21, 15-17). Aquí Jesús le da a Pedro la autoridad que anteriormente le había prometido.

Y es importante notar que al darle esta autoridad lo distingue y singulariza también de entre los demás Apóstoles, pues Jesús le pregunta a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Jn. 21, 15), refiriéndose a los otros Apóstoles que estaban allí presentes.

Los demás Apóstoles reconocían la primacía de Pedro:

Hay suficiente evidencia en el Nuevo Testamento de que Pedro era el primero en autoridad entre los Apóstoles:

  • Cuando se les nombraba a todos, Pedro encabezaba la lista (cf. Mt. 10, 1-4; Mc. 3, 16-19; Lc. 6, 14-16; Hech. 1, 13).

  • Algunas veces se hablaba de los Apóstoles y discípulos como “Pedro y sus compañeros” (Lc. 9, 32).

  • Pedro era el que generalmente hablaba en nombre de los Apóstoles (cf. Mt. 18, 21; Mc. 8, 29; Lc. 12, 41; Jn. 6, 68-69).

  • Aparece singularizado en los hechos importantes (cf. Mt. 14, 28-32; Mt. 17, 24-27; Mc. 10, 23-28).

  • En Pentecostés fue Pedro quien primero predicó a la gente (cf. Hch. 3, 6-7).

  • Era la fe de Pedro la que fortalecería a sus hermanos (cf. Lc. 22, 32).

  • A Pedro se le encomienda el rebaño de Cristo para pastorearlo (cf. Jn. 21, 17).

  • El Angel que se apareció a las mujeres en el sepulcro indicó que se avisara a Pedro la Resurrección de Cristo (cf. Mc. 16, 7).

  • Jesús Resucitado se apareció primero a Pedro (cf. Lc. 24, 34).

  • Pedro presidió la reunión en que se eligió a Matías para sustituir a Judas Iscariote (cf. Hch. 1, 13-26).

  • Fue Pedro quien recibió a los primeros conversos (cf. Hch. 2, 41).

  • Pedro infligió el primer castigo (cf. Hch. 5, 1-11).

  • Realizó la primera excomunión a un hereje (cf. Hch. 8, 18-23).

  • Presidió el primer Concilio en Jerusalén (cf. Hch. 15).

  • Anunció la primera decisión dogmática (cf. Hch. 15, 7-11).

  • Ordenó que los gentiles debían ser bautizados y aceptados como Cristianos (cf. Hch. 10, 46-48).

Los Padres de la Iglesia y la primacía de Pedro:

Los Padres de la Iglesia, aquellos cristianos más cercanos a los Apóstoles en tiempo, cultura y preparación teológica, entendieron en forma clara que Jesús prometió construir su Iglesia sobre Pedro.

La primacía de Pedro y de los Papas hasta la Reforma Protestante:

Todos los escritores Cristianos de los primeros siglos y -de hecho- todos los Cristianos hasta la Reforma, reconocían plenamente que Cristo había fundado una Iglesia, que San Pedro había sido el primer Papa y que luego vinieron los demás Papas posteriores a Pedro.

Objeción contra la Infalibilidad Papal: Dicen los enemigos de la Iglesia que no es posible que el Papa no se equivoque. Aducen, además, que han habido Papas que no han dado el mejor ejemplo en materia moral.

Respuesta: Hay que diferenciar infalibilidad de inerrabilidad. Infalibilidad consiste en que no puede enseñarse un error. Pero inerrabilidad significa que no puede equivocarse.

Confusión similar hay entre infalibilidad e impecabilidad. Infalibilidad no significa ausencia de pecado. Infalibilidad, entonces, no consiste en que el Papa no pueda pecar, por lo cual el carisma de infalibilidad no garantiza que haya algún Papa que pueda haber dado mal ejemplo. De hecho los ha habido. Pero lo que es muy cierto es que la grandísima mayoría de los Papas se han destacado más bien por su santidad y sus buenos ejemplos, y son poquísimos los del caso contrario. Se veneran como Santos 77 Papas y 31 murieron mártires.

Y otra cosa es cierta: aún los Papas que no han sido buenos ejemplos, ninguno ha enseñado nada que haya sido un error contra la fe. En esto último consiste precisamente la infalibilidad.

En cuanto a inerrabilidad, los Cristianos fundamentalistas gustan de sacar la conducta de San Pedro en Antioquía cuando no quiso comer con los Cristianos no-Judíos para no ofender a los Judíos palestinos, como una manera de probar que Pedro no fue infalible.

Este hecho lo narra San Pablo en su carta a los Gálatas (Gal. 2, 11-14), al escribir que se sintió en necesidad de corregir a San Pedro. ¿Cómo puede ser esto, si Pedro era el Papa?

Jesús prometió a Pedro que su fe no fallaría, no le dijo que nunca se equivocaría. La acción de Pedro no tenía que ver con la enseñanza de un error contra la fe (de esto se trata la infalibilidad), sino que era un asunto de protocolo social: con quien comer y con quien no comer.

Es decir, se trataba de una acción de Pedro, no de una enseñanza sobre la fe o la moral que el primer Papa estaba dando. El problema era que Pedro no estaba cumpliendo su propia enseñanza, pero no que estuviera dando una enseñanza, ni mucho menos, definiendo un asunto de fe y moral.

 

En cuanto a equivocaciones más recientes, un tema favorito de los enemigos de la Iglesia es el caso Galileo.

Sabemos que Galileo proponía el heliocentrismo y que el sol no se movía. Esta teoría astronómica parecía estar en contra de una cita de la Sagrada Escritura en cuanto al movimiento del sol (Josué 10, 12-13). Y en ese entonces, cuando los conocimientos técnicos eran tan incompletos, la hipótesis de Galileo era juzgada como contraria a la fe, hasta que pudiera armonizarse con la Sagrada Escritura.

Galileo, además, no fue condenado por un Papa en definición ex-cathedra, (comprometiendo la infalibilidad) sino por una Congregación Romana. Así y todo, no fue condenado por su teoría heliocéntrica, pues lo mismo dijo Copérnico cien años antes y la Iglesia no hizo nada al respecto.

El problema de Galileo es que insistía en interpretar la Sagrada Escritura, además de plantear sus hipótesis de manera absoluta y, ante la insuficiencia de sus argumentaciones astronómicas, usaba textos de la Sagrada Escritura, interpretándolos a su manera, para fundamentar su posición. Quería demostrar que no había contradicción entre las Sagradas Escrituras y sus descubrimientos. En realidad, Galileo tuvo la intuición de interpretar los textos bíblicos no literalmente como los teólogos de su tiempo, sino como hoy los interpretamos, como géneros literarios que son.

Pero en este empeño, aunque no estaba equivocado, se metió en un campo que no era el propio del científico, cual era la interpretación de la Sagrada Escritura. La Iglesia le ordenó que se limitara a presentar sus ideas como hipótesis científica y no quiso hacer caso.

Y aunque la condena de la Iglesia a Galileo fue disciplinaria y no dogmática, hoy se piensa que fue inoportuna. “La verdad es que la Biblia nos enseña cómo se va al cielo, no cómo va el cielo” (Baronio, citado por Loring). Hoy sabemos que Dios ha confiado el conocimiento de la estructura del mundo físico a las investigaciones de los hombres. La asistencia divina en la Biblia no está para resolver problemas de orden científico.

De allí que el Papa Juan Pablo II en 1992 reconoció que la Iglesia se equivocó acerca de Galileo, explicando que los teólogos de esa época, “no pudieron captar el significado profundo, no literal de las Escrituras, al éstas describir la estructura física del universo creado”.

Sin embargo, de ninguna manera, esta condena “equivocada” implicaba la infalibilidad papal.

“El Papa es infalible cuando determina o declara ex-cathedra la auténtica doctrina revelada. Pero fuera de esto, si -por ejemplo- predijera el tiempo, el Papa se puede equivocar como cualquiera de nosotros.

“El Papa en su vida ordinaria, aunque sea un hombre prudentísimo y de toda confianza, no es infalible. La infalibilidad está reservada a ciertas enseñanzas hechas con una solemnidad especial, de modo definitivo, que teológicamente se llama ex-cathedra, en la que expresa su voluntad de obligar a toda la Iglesia a creer la verdad definida”. (Loring)

Tal es el caso de la declaración de un dogma de fe, el último de los cuales fue declarado en 1950 por el Papa Pío XII: el dogma de la Asunción de la Virgen María al cielo.

¿En qué consiste la infalibilidad?

La infalibilidad es dogma de fe. Y, aunque era una doctrina que estaba implícita desde el comienzo de la Iglesia, fue definida formalmente por el Concilio Vaticano I en 1870:

“Definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice cuando habla ex-cathedra, esto es, cuando cumpliendo su cargo de Pastor y Maestro de todos los cristianos, define con su suprema autoridad apostólica, que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal ... goza de aquella infalibilidad que el Redentor Divino quiso que estuviera en su Iglesia”.

Y el Concilio Vaticano II abunda un poco más sobre la infalibilidad:

“Esta infalibilidad que el divino Redentor quiso que tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y costumbres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito de la Revelación, que debe ser custodiado santamente y expresado con fidelidad. El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, goza de esta misma infalibilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de los fieles, que confirma en la fe a sus hermanos (cf. Lc. 22, 32), proclama de una forma definitiva la doctrina de la fe y costumbres. Por esto se afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de San Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de otros ni admitir tampoco apelación a otro tribunal. Porque, en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que, en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica” (LG 25).

¿Sólo es infalible el Papa?

El Concilio Vaticano II nos dice lo siguiente sobre los Obispos:

“Aunque cada uno de los Prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe ...”

“La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del mismo Espíritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se mantiene y progresa en la unidad de la fe”. (LG 25).


Ver:   Magisterio de la Iglesia

Objeción contra la autoridad del Papa:

Hay una oposición de fondo a la idea de la autoridad eclesiástica que es el Papa. No se trata, por cierto, de falta de aprecio a los Papas o de desconocimiento de la importancia que como líder mundial y persona altamente apreciada tuvo, por ejemplo, el Papa, Juan Pablo II, tal como quedó corroborado en sus exequias, las más grandes y sentidas que haya presenciado la humanidad

Se trata, más bien, de un rechazo a la autoridad misma, pues cada quien quiere pensar por sí mismo y decidir por sí solo, inclusive en materia de fe y moral.

Pero hemos visto que Cristo dejó bien establecida la autoridad en su Iglesia y quién sería el responsable para decidir materias relacionadas con la interpretación de su Palabra, y con la fe y la moral.

(Catecismo de la Iglesia Católica #2034 y 2035).

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